Aquella tarde de finales de otoño, contemplando las amarillentas hojas del centenario nogal del jardín, comprendí que ella me había abandonado definitivamente y que tal vez jamás volvería a tenerla junto a mí. En su ausencia me faltaban las ideas, me embargaba la tristeza y abrazada en la soledad bebía mis lágrimas, perdida totalmente en mi laberinto interior.¿Me habría contagiado de este destartalado mundo, de la vulgaridad, del materialismo y del delirante consumismo?
Mientras ella estuvo conmigo me fue fácil crear, tocaba una tecla y me venían brillantes, deslumbrantes y desbordantes ideas, escribía una palabra y me brotaban y rebosaban más, se deslizaban una tras otra, tenía tantas, que las regalaba y las prestaba. En esos años me sentía feliz y totalmente plena.
Fue aquel atardecer, al cumplir los veinte años, cuando la musa me visitó por vez primera y se alojó conmigo, nuestra convivencia fue divertida y amigable durante una cincuentena, tanto, que aún no comprendo el por qué de su abandono, me siento como una huérfana.
Desde entonces busco palabras para llenar un verso vacío y no vienen a mí, intento componer las notas musicales que revolotean y danzan a mi alrededor pero no encuentro su armonía, rebusco en los bolsillos algún sueño perdido de mi niñez o una aventura inconfensable juvenil, intento estampar los colores del arco iris en el lienzo inacabado del desván.
Pero sin ella, sin mi musa, soy incapaz de imaginar nada. Me abrazo en el hastío, su largo silencio me impacienta, no sé el tiempo que podré esperar en este vacío, ni cuánto durará este impasse.
Mientras la esperaba contemplando las tornasoladas hojas de los árboles, seguía emborronando blancas hojas de papel, escribiendo inconexas palabras, llenando de vanas ideas repletas papeleras.
Vicky (3er patio-3ª planta)
Mientras ella estuvo conmigo me fue fácil crear, tocaba una tecla y me venían brillantes, deslumbrantes y desbordantes ideas, escribía una palabra y me brotaban y rebosaban más, se deslizaban una tras otra, tenía tantas, que las regalaba y las prestaba. En esos años me sentía feliz y totalmente plena.
Fue aquel atardecer, al cumplir los veinte años, cuando la musa me visitó por vez primera y se alojó conmigo, nuestra convivencia fue divertida y amigable durante una cincuentena, tanto, que aún no comprendo el por qué de su abandono, me siento como una huérfana.
Desde entonces busco palabras para llenar un verso vacío y no vienen a mí, intento componer las notas musicales que revolotean y danzan a mi alrededor pero no encuentro su armonía, rebusco en los bolsillos algún sueño perdido de mi niñez o una aventura inconfensable juvenil, intento estampar los colores del arco iris en el lienzo inacabado del desván.
Pero sin ella, sin mi musa, soy incapaz de imaginar nada. Me abrazo en el hastío, su largo silencio me impacienta, no sé el tiempo que podré esperar en este vacío, ni cuánto durará este impasse.
Mientras la esperaba contemplando las tornasoladas hojas de los árboles, seguía emborronando blancas hojas de papel, escribiendo inconexas palabras, llenando de vanas ideas repletas papeleras.
Vicky (3er patio-3ª planta)
2 comentarios:
Sigue sentándote frente al papel en blanco, sigue con los ojos abiertos mirando lo que ves y viendo lo que miras, sigue fantaseando y verás como la musa vuelve a ti.
Amparo
A juzgar por la calidad y belleza de estas líneas creo que tu musa no te ha abandonado del todo. Seguro que está dentro de ti, a lo mejor dormida o distraida. Volverá en cuanto perciba tu necesidad de gritar lo que sientes.
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