"Pocos recuerdan a Juliette Greco, pero para las generaciones de la segunda posguerra encarnaba la bohemia del mundo intelectual parisino. Vestida siempre y completamente de negro, de ser posible con un suéter cuello de tortuga, parecía una sirena egipcia, que entornaba los párpados cuyas líneas prolongaba el lápiz también negro, para rematar el final del ojo con una colita que miraba discretamente hacia arriba, mientras ella bajaba los ojos para platicar -casi susurrar- canciones cuyo tema era la naturalidad de la pasión y del desengaño amoroso, la ternura de las prostitutas o burdeles entrañables; cada uno de sus gestos y de sus movimientos estaba impreso de una intensidad cargada de significados, incomprensibles casi todos.
En los años cincuenta Greco era parte de la Vulgata del existencialismo sartriano que en su momento atrajo por lo menos tantos turistas como la Tour Eiffel. La cantante era una expresión específicamente francesa, de una identidad que fue reconocible hasta los años ochenta en otros ámbitos como las películas sin diálogo, o con mucho diálogo, pero filosófico, las alambicadas explicaciones sociológicas, los adoquines revolucionarios del Barrio Latino o la militancia católica de la provincia."
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