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miércoles, 5 de mayo de 2010

LOS DUENDES DEL ARCOÍRIS


Ilustración del cuento: Álvaro Fernández Díaz ( 10 años)
Sentada en la arena y abrazada a sus piernas, Ana contemplaba sin parpadear el inmenso mar que se extendía frente a ella. Hacía poco que había dejado de llover torrencialmente y el aire olía a tierra mojada mezclado con salitre y romero. El arcoíris había desplegado toda su gama de colores y se expandía entre la sierra de Almijara y el horizonte del mar Mediterráneo. Rita, su mamá, se acercó a ella y le preguntó.
— Ana, ¿qué miras tan fijamente?
Miro el arcoíris, parece un tobogán de muchos colores, me gustaría tanto montarme y bajar por el color violeta hasta llegar al fondo del mar.
—Pero Ana, eso es imposible, aunque, tal vez puedas hacerlo con la imaginación si cierras los ojos.
La niña quedó triste y pensativa, deseaba tanto montarse en el arcoiris y especialmente en el color violeta.
Juan, el papá de Ana, se aproximaba a ellas, las pequeñas olas jugueteaban con sus pies descalzos, en una mano llevaba las zapatillas y en su cara se dibujaba una amplia sonrisa. A sus espaldas el sol iba ocultándose tímidamente entre nubes algodonosas, la playa de Calahonda se había quedado desierta y tan sólo los tres permanecían en ella.
Rita, le contó el deseo de Ana y el motivo de su tristeza.
— ¿Quieres que te explique dónde nace el arcoíris? — Le preguntó el padre.
—Pero… ¿nace en algún sitio? -Le contestó sorprendida.
—Pues claro. Cuentan que en lo más alto del firmamento hay una gigantesca olla de oro que está vigilada permanentemente por los duendes del arcoíris, allí hacen los tintes con polvos mágicos de siete colores, mezclan el rojo, naranja, verde, amarillo, azul, añil y violeta, pero necesitan el agua de la lluvia para hacer esta mezcla multicolor, después con brochas se dedican a pintar el cielo, así que hay que esperar a que deje de llover para poderlo contemplar como ahora mismo.
Ana le miró con cara de sorpresa e incrédula, ya era algo mayor para creerse ese cuento que se estaba inventando su padre, pero era una historia tan fantástica.

—¡Eh, chicas!, mirad ese delfín que nos sonríe, es raro que esté tan cerca de la arena, parece decirnos algo.
Entraron en el agua y se acercaron con cautela al gigantesco pez, casi lo podían tocar.
—¡ Subid en mi lomo !— Les gritó el delfín.
Los tres se miraron extrañados, ¿les hablaba un delfín? Pero sin que ninguno dijera palabra, ni se pusieran de acuerdo, montaron con facilidad encima del animal. Ana se cogió de la cintura de su padre. Rita y Juan se agarraban a las aletas del delfín. El agua les salpicaba en la cara, la velocidad que llevaban era de vértigo, no tenían miedo, iban juntos y reían a carcajadas, la playa se alejaba cada vez más y las casas del pueblo eran motitas blancas.
¿Hacia dónde les quería llevar el delfín? ¡Pero si habían llegado al principio del arcoíris! De un salto se subieron; como había siete colores, Ana ascendió por el violeta, Rita eligió el azul y Juan el naranja. Pero lo más maravilloso fue que cuando miraron los tres hacia abajo cada uno veía las montañas, el mar y hasta el pueblo del color que habían elegido.
Todo para Ana se había convertido en violeta, incluso una nube que pasó cerca de ella que se dirigía a Burriana. Nunca pudo imaginar que todo fuese tan fabuloso. Hasta su piel y sus cabellos eran violetas, eso no le gustaba tanto. Se carcajeó cuando vio a su madre toda azul. —Pareces un pitufo, mami.
Efectivamente, Rita contemplaba las sierras y los campos azules, era extraño que todo tuviese el mismo color del cielo y del mar, era como si se hubiese colocado unas gafas de cristal añil, pero ella cabalgaba feliz por el arco y se rio cuando vio el cuerpo de su marido naranja.
Y Juan, con fascinación, veía todo anaranjado; lo más bello para él fue contemplar el mar Mediterráneo de esa tonalidad. Cuando se encontraba encima de los olivares y de los pinares, todos de color naranja, sintió una gran turbación, se restregó varias veces los ojos y se pellizcó para comprobar que no estaba soñando. Se miró las manos y el resto de su cuerpo era también naranja.
También observaron que sus ropas habían cambiado de color, tomando el mismo tono del arco en el que estaban montados. Entonces, comenzaron a saltar de un arco a otro hasta pasar cada uno por los siete colores. Era divertido verse transformados ahora en rojo, después en amarillo o en verde, y así jugaban y se divertían. Los tres se cogieron de la mano y no se preocuparon de hacia dónde les llevaría aquel camino multicolor que parecía no tener fin, lo importante era que estaban juntos.
De pronto, llegaron a un lugar que desprendía una potente luz blanca, tan cegadora que estuvieron un rato sin poder abrir los ojos de tanta luminosidad. Se encontraban en una enorme cueva, en el centro había un gigantesco caldero dorado y brillante suspendido en el aire y cientos de diminutos hombrecillos que corrían de un lugar a otro sin parar; unos acarreaban en sus espaldas pesados sacos que iban dejado en el suelo rastros de polvos de colores brillantes, otros cargaban cubos con agua de lluvia y todos subían por unas escaleras y vaciaban en el enorme caldero lo que transportaban. Sentados en el borde, otros hombrecillos con largos palos removían el líquido que estaba dentro.
Ana, en voz baja, dijo —Tenías razón papá, esos son los duendes del arcoíris, creí que era un cuento que te habías inventado.
—Ssss… Nos van a escuchar; están trabajando y no han notado que estamos aquí. Vamos a ver de dónde sacan esos polvos brillantes, me he dado cuenta de que son los siete colores del arcoíris. ¾ Dijo la madre.
En silencio y lentamente los tres siguieron a varios duendes que iban en fila con los sacos vacíos, entraron en unos túneles impresionantes, cada galería tenía un color del arcoíris. Allí trabajaban hombrecillos con picos y palas que excavaban y convertían en polvo las coloreadas rocas brillantes. Regresaron por el mismo camino hasta la cueva central, en el mismo momento en que volcaban el contenido del caldero en cubetas y unos cincuenta duendes esperaban con brochas.
-Mirad, ahora van a pintar el cielo¾dijo Ana muy bajito.
-Sí, seguro que irán a pintar a distintos lugares del planeta. Volvamos por el mismo sitio que hemos entrado. — Dijo muy decidida Rita, sin dar lugar a réplica.
Se cogieron de la mano, Ana iba entre los dos. Llegaron a la destellante luz y encontraron el camino de los siete colores, que ahora era cuesta abajo, se sentaron y, sin apenas hacer esfuerzo, se deslizaron por el tobogán multicolor. Fue lo más divertido de la aventura, la bajada era veloz y daba vértigo, notaron en sus barrigas cosquillas que les producían placer y miedo a la vez, cerraron los ojos durante toda la bajada, pero los abrieron cuando cayeron en el mar como desde un trampolín. En pocos segundos llegó el delfín y volvieron a montar en su lomo recorriendo el camino de vuelta.
Cuando pisaron la arena de la playa de Calahonda era casi de noche y estaban mojados, pero la temperatura era cálida y no tenían frío, miraron al horizonte y el arcoíris había desaparecido. Los tres se sentían felices, jamás olvidarían lo que habían vivido; la aventura les unió siempre y no compartieron con nadie su fascinante secreto.

Segundo premio del XI certamen de cuento infantil " La aventura de Escribir" 2010

VICKY FERNÁNDEZ

1 comentario:

Pimba dijo...

Enhorabuena por el premio Vicky, y por esa capacidad para contar historias con tonos tan diferentes.